En la altura extrema de La Quiaca, donde el viento corta y el termómetro desciende sin piedad, hay manos que tejen calor con amor, paciencia y sabiduría ancestral. Inocencia Llampa es una de esas mujeres que no solo enfrentan el invierno, sino que lo transforman en abrigo, en dignidad y en trabajo.
Cada mañana, antes de que el sol despunte con fuerza, Inocencia se instala en el mercado frente a la Escuela Normal, cargada con gorros, bufandas, polainas, chalecos y guantes tejidos con lana de llama y de oveja. “Estoy todos los días, a veces también en las escuelas, donde me llaman”, cuenta con humildad. Su rostro curtido por el sol y el viento se ilumina cuando habla de su oficio: “Vendo lo que mis manos producen, y la gente se abriga con eso. Es una bendición”.
El saber de Inocencia no viene de libros, sino de la transmisión oral y de años de práctica. Sus tejidos combinan técnica, color y abrigo, en piezas pensadas para resistir el frío puneño. Los precios, como ella explica, varían según la prenda y el tamaño. “Los chalecos están entre 46 y 48 mil, según si son para grandes o chicos. Las medias, guantes y polainas también tienen precios distintos, pero todo es lana buena, de llama o de oveja, nada sintético”.

En cada punto que da, Inocencia no solo fabrica una prenda: fabrica un vínculo con la cultura y el territorio. Su presencia en el mercado no es solo la de una vendedora más, sino la de una portadora de saberes, una defensora de la economía popular, una mujer que encontró en el arte textil una herramienta de sustento y de identidad.
A contramano de un sistema que desvaloriza lo hecho a mano, Inocencia teje futuro desde la raíz. Su lucha silenciosa se da todos los días, entre el ruido de la calle y el silencio de las agujas, con el mismo temple que enfrentan las mujeres del norte el viento, la desigualdad y el olvido.
“Yo siempre estoy acá, haga frío o no. Porque si uno no sale, no vende. Y si no se vende, no se come. Es así de sencillo”, dice con una sonrisa sabia. En tiempos donde la economía golpea fuerte, su figura se alza como símbolo de resistencia y dignidad.